¡Hola! Os dejo el relato con el que me he presentado al "CONCURSO DE HISTORIAS SOBRE NUESTROS HÉROES" organizado por Zenda e Iberdrola. Un certamen que surge para contar y compartir historias de héroes que hacen frente al coronavirus. ¡Espero que disfrutéis leyendo!
Como
cada día Olga subía a su coche para desplazarse de casa al
hospital. En su cabeza resonaba la siguiente frase: "Ganaremos
la batalla".
Cuando
accedió a su puesto de trabajo, se puso el uniforme de enfermera ,
los guantes y la mascarilla desechable y con la mejor de sus sonrisas
ocultó su preocupación por salir a la calle, por el miedo a
contagiarse de Covid-19, por la incertidumbre ante esta nueva y
difícil situación.
Le
encantaba su profesión, se sentía orgullosa pudiendo ayudar a los
demás e iba a dar todo de sí. A medida que avanzaba su jornada
laboral veía como las mascarillas se agotaban, ascendía el número
de pacientes ingresados que sufrían fuertes dolores, falta de
oxígeno, todos ellos solos, aislados. Compañeros entre los que se
encontraban médicos, enfermeros, celadores y demás personal
sanitario iban enfermando unos tras otros. El panorama era desolador,
el hospital estaba colapsado. Un escalofrío recorrió su espalda al
pensar en su hija. Carla tenía una enfermedad rara y al igual que
las personas con obesidad, hipertensión, diabetes o de edad
avanzada, pertenecía a un grupo de riesgo y no se perdonaría poner
a su pequeña en peligro, debía dejarla al cuidado de algún
familiar, así estaría a salvo.
Tras
14 horas le flaqueaban las fuerzas, se sentía agotada física y
psicológicamente. Una intensa jornada laboral culminaba. Ya en la
calidez de su hogar, tras interesarse por el estado de lo suyos y ver
que, de momento, estaban bien se dirigió al baño y se adentró en
la ducha. Miles de gotas de agua recorrían su cuerpo, respiró
profundamente, se relajó y una brisa de tranquilidad la atrapó, por
unos instantes desconectó del mundo. Decidió comer algo para
reponer fuerzas pues los próximos días e incluso semanas serían
duros. Tumbada en la cama, antes de cerrar sus ojos, un útlimo
pensamiento, Carla, su princesa.
Sonó
el despertador y recorrió el camino que separaba su vivienda del
hospital. Apenas había tráfico, tampoco se veía gente por la
calle, la gran mayoría permanecía confinada en sus casas.
¡Comenzaba su turno y de qué manera! En una planta cerrada solo
para infectados por coronavirus, sobresalían las palabras ausencia
de material, de personal y de formación para abordar esta situación
que se les iba de las manos... Empleados nuevos contratados
pendientes de ser organizados, había que enseñarles a vestirse y
desvestirse, innumerables casos nuevos de personas ingresadas. El
calificativo era locura. El virus se extendía rápidamente. Por
contra veía como el compañerismo aumentaba y eso era reconfortante,
a pesar de las noticias que llegaban de otros centros de salud pues
no eran muy halagüeñas, giraban en torno a un desbordamiento masivo
de pacientes, falta de respiradores, algunos casos de asintomáticos
pero portadores contagiosos de Covid-19, tests que no se realizaban,
escasa protección, UME por todo el hospital, cancelación de
consultas, cirugías y pruebas no urgentes en todos los hospitales
públicos y en algunos privados. Una deficitaria gestión sanitaria.
Olga
sentía impotencia, tristeza por aquellos que estaban perdiendo la
vida. Nunca salió una queja de su boca y día tras día se dejaba
la piel luchando por los demás pese a que en ocasiones alguna
lágrima rodaba por su mejilla pensando en lo que estaba ocurriendo.
Algo que jamás hubiese podido imaginar.
Echaba
de menos a su hija pero sabía a ciencia cierta que el caos
desaparecería poco a poco, todo volvería a una relativa nomalidad y
nada ni nadie haría que se separaran nunca más.
Carla
era su fuente de energía, también los gritos de ánimo y las
muestras de cariño de la sociedad, los aplausos desde los balcones
vecinos eran muy emocionantes, también la gran cantidad de personas
generosas que se ofrecían para colaborar haciendo mascarillas,
asistiendo a ancianos, llevándoles la compra o simplemente
bajándoles la basura, donaciones altruistas a laboratorios y
fundaciones que estaban lanzando ensayos pioneros en el mundo para
acabar con el Covid-19. Olga reflexionó acerca de lo que había
vivido hasta la fecha, era positiva, siempre extraía lo mejor de
cada circunstancia y con el corazón latiéndole fuerte se dijo:
"¡Estar separados nunca nos ha unido tanto. Un día menos.
Juntos podemos!"
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