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jueves, 9 de julio de 2020

TORMENTA DE VERANO

    Llueve y veo las gotas de agua deslizarse a través del cristal de la ventana de mi habitación. Debo reconocer que soy más de sol pero de vez en cuando la lluvia tiene su encanto.

    No negaré que en un principio los días lluviosos pueden parecer raros o confusos. Tal vez la mayoría de personas asocien este tipo de días con la melancolía, la tristeza y el hecho de que no apetezca hacer nada, pero también puede relacionarse con cosas positivas como acomodarse en el sofá, disfrutar de una buena película o serie e incluso cubrirte con algo ligero para evitar el fresco. Es tiempo de tomarse las cosas con tranquilidad y aprovechar la calma del hogar.

    Desciendo las escaleras para, a través de la planta baja, acceder a la terraza. Vivo en un adosado de tres plantas y cuando lo adquirí, no pensé en lo que podía suponer subir y bajar tanto peldaño: menuda lata.

    Salgo al exterior y resguardada por el techado, no me mojo. Eso sí, noto como la humedad envuelve el ambiente. Me tumbo en el balancín del porche, me relajo y respiro la naturaleza que me rodea: huele a hierba mojada, me encanta ese olor. La placidez le ha ganado terreno a los sonidos cotidianos: ladridos de perros vecinos, el motor de algún coche atravesando la calle o niños que ríen y gritan mientras juegan. Esa serenidad solo alterada brevemente cuando el estruendo de algún trueno cobra fuerza o un relámpago ilumina el color gris que tiñe el cielo.

    Mi jardín está habitado por multitud de plantas y árboles, sus copas se balancean de un lado a otro pues el viento anda algo alborotado. Abro mis sentidos y me dejo llevar por la brisa.

    La lluvia refresca el ambiente, limpia la atmósfera, transmite paz. Me encantan esas personas que se emocionan con las cosas más sencillas de la vida: una puesta de sol, un cielo estrellado, una tormenta de verano intensa pero fugaz... esas cosas a las que algunos no prestan importancia.

    Que sea un buen día depende de nosotros no del tiempo que haga. No podrás controlar que llueva pero sí puedes controlar tu actitud. Así que si el día amanece lluvioso haz que brille tu sonrisa porque recuerda: la lluvia no solo moja, también pinta cielos. Sin ella no habría arco-iris.









Puedes ver el vídeo con mi narración y bonitas imágenes en mi canal de Youtube haciendo click en el siguiente enlace:


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MIL GRACIAS :D

sábado, 11 de abril de 2020

UNA ENFERMERA EN PANDEMIA

¡Hola! Os dejo el relato con el que me he presentado al "CONCURSO DE HISTORIAS SOBRE NUESTROS HÉROES" organizado por Zenda e Iberdrola. Un certamen que surge para contar y compartir historias de héroes que hacen frente al coronavirus. ¡Espero que disfrutéis leyendo!






Como cada día Olga subía a su coche para desplazarse de casa al hospital. En su cabeza resonaba la siguiente frase: "Ganaremos la batalla".
Cuando accedió a su puesto de trabajo, se puso el uniforme de enfermera , los guantes y la mascarilla desechable y con la mejor de sus sonrisas ocultó su preocupación por salir a la calle, por el miedo a contagiarse de Covid-19, por la incertidumbre ante esta nueva y difícil situación.
Le encantaba su profesión, se sentía orgullosa pudiendo ayudar a los demás e iba a dar todo de sí. A medida que avanzaba su jornada laboral veía como las mascarillas se agotaban, ascendía el número de pacientes ingresados que sufrían fuertes dolores, falta de oxígeno, todos ellos solos, aislados. Compañeros entre los que se encontraban médicos, enfermeros, celadores y demás personal sanitario iban enfermando unos tras otros. El panorama era desolador, el hospital estaba colapsado. Un escalofrío recorrió su espalda al pensar en su hija. Carla tenía una enfermedad rara y al igual que las personas con obesidad, hipertensión, diabetes o de edad avanzada, pertenecía a un grupo de riesgo y no se perdonaría poner a su pequeña en peligro, debía dejarla al cuidado de algún familiar, así estaría a salvo.
Tras 14 horas le flaqueaban las fuerzas, se sentía agotada física y psicológicamente. Una intensa jornada laboral culminaba. Ya en la calidez de su hogar, tras interesarse por el estado de lo suyos y ver que, de momento, estaban bien se dirigió al baño y se adentró en la ducha. Miles de gotas de agua recorrían su cuerpo, respiró profundamente, se relajó y una brisa de tranquilidad la atrapó, por unos instantes desconectó del mundo. Decidió comer algo para reponer fuerzas pues los próximos días e incluso semanas serían duros. Tumbada en la cama, antes de cerrar sus ojos, un útlimo pensamiento, Carla, su princesa.
Sonó el despertador y recorrió el camino que separaba su vivienda del hospital. Apenas había tráfico, tampoco se veía gente por la calle, la gran mayoría permanecía confinada en sus casas. ¡Comenzaba su turno y de qué manera! En una planta cerrada solo para infectados por coronavirus, sobresalían las palabras ausencia de material, de personal y de formación para abordar esta situación que se les iba de las manos... Empleados nuevos contratados pendientes de ser organizados, había que enseñarles a vestirse y desvestirse, innumerables casos nuevos de personas ingresadas. El calificativo era locura. El virus se extendía rápidamente. Por contra veía como el compañerismo aumentaba y eso era reconfortante, a pesar de las noticias que llegaban de otros centros de salud pues no eran muy halagüeñas, giraban en torno a un desbordamiento masivo de pacientes, falta de respiradores, algunos casos de asintomáticos pero portadores contagiosos de Covid-19, tests que no se realizaban, escasa protección, UME por todo el hospital, cancelación de consultas, cirugías y pruebas no urgentes en todos los hospitales públicos y en algunos privados. Una deficitaria gestión sanitaria.
Olga sentía impotencia, tristeza por aquellos que estaban perdiendo la vida. Nunca salió una queja de su boca y día tras día se dejaba la piel luchando por los demás pese a que en ocasiones alguna lágrima rodaba por su mejilla pensando en lo que estaba ocurriendo. Algo que jamás hubiese podido imaginar.
Echaba de menos a su hija pero sabía a ciencia cierta que el caos desaparecería poco a poco, todo volvería a una relativa nomalidad y nada ni nadie haría que se separaran nunca más.
Carla era su fuente de energía, también los gritos de ánimo y las muestras de cariño de la sociedad, los aplausos desde los balcones vecinos eran muy emocionantes, también la gran cantidad de personas generosas que se ofrecían para colaborar haciendo mascarillas, asistiendo a ancianos, llevándoles la compra o simplemente bajándoles la basura, donaciones altruistas a laboratorios y fundaciones que estaban lanzando ensayos pioneros en el mundo para acabar con el Covid-19. Olga reflexionó acerca de lo que había vivido hasta la fecha, era positiva, siempre extraía lo mejor de cada circunstancia y con el corazón latiéndole fuerte se dijo: "¡Estar separados nunca nos ha unido tanto. Un día menos. Juntos podemos!"

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